jueves, 26 de noviembre de 2009

EVALUACIÓN INTEGRAL DEL SISTEMA EDUCATIVO



El contexto socioeconómico, cultural y político de cada país, es el sistema superior al cual se integra la educación, también como un sistema. De él depende y sobre él influye decisivamente. En este sentido, las características de la sociedad de cada tiempo y entorno han de influir y orientar las políticas sociales educativas y las preocupaciones de los gobiernos y sus administraciones.


En la actualidad, organismos internacionales como la UNESCO, así como los analistas mundiales en materia educativa, coinciden en señalar que la Educación del Siglo XXI enfrenta como principales retos y tareas aspectos diversos que preocupan a los ciudadanos de nuestro tiempo. Entre ellos, destacan los siguientes:


·    Educación para un mundo cada vez más abierto.
·    Potenciación de la enseñanza humanística integral.
·    Incorporación de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC) a la educación como un medio para el avance de la formación y el conocimiento, más no como un condicionante de los propios fines de la educación.
·    Impulso a la educación continuada: la educación para toda la vida.
·  Educación como un medio eficaz para lograr el pleno reconocimiento y desarrollo de los derechos humanos y como instrumento que permita reducir las desigualdades y las enormes diferencias entre los países ricos y pobres.
·    Integración social y educativa de los colectivos menos desfavorecidos y de la inmigración mundial.


Conforme a la opinión del mundo occidental, éste es el mensaje humano, de progreso, bienestar, y de esperanza, al que gobiernos y comunidades deben dar respuesta para intentar alcanzar, en el presente siglo, una sociedad mundial más justa, solidaria y democrática.


Hoy, tanto en Europa como en América, los planes y las instituciones dedicados por entero a la evaluación de la calidad de la educación a escala nacional son una realidad pujante. Este tipo de actividad se inicia primeramente, en aquellos países que cuentan con una administración educativa tradicionalmente descentralizada. En estos casos -sirven de ejemplo los Estados Unidos y el Reino Unido-, donde las autoridades centrales pueden ver en los sistemas de evaluación un medio para recuperar o detentar el control de la información.


Por otra parte, en los países de estructura administrativa tradicionalmente centralizada -como Francia-; o que se hallan sumidos en procesos de descentralización -con destino a las regiones, como en España, o a los propios centros escolares, como en los Países Bajos-; los organismos y planes de evaluación cobran vigor como mecanismos que posibilitan un seguimiento de las políticas educativas -y particularmente de las reformas- mucho más detallado, significativo y útil a los efectos de coordinación y toma de decisiones.


En estos desarrollos han tenido gran influencia las iniciativas internacionales, especialmente desde 1962, han sido significativa la participación de la Asociación Internacional para la Evaluación de la Enseñanza (IEA); principalmente a raíz de la publicación de varios resultados a finales de los años ochenta, del siglo pasado, en donde se puso de manifiesto que países que habían ganando terreno en cuanto a competitividad económica internacional a las grandes potencias, también reflejaban mejores resultados académicos. En el caso de los Estados Unidos se vio afectado por una crisis de la imagen pública de su educación, que se nutrió de la posición académica relativamente débil donde los escolares estadounidenses mostraban deficiencias con respecto a los japoneses y a los alemanes, competidores también en el terreno económico. No estará de más recordar aquí, que uno de los documentos importantes que urgieron la necesidad de una valoración constante de los resultados académicos en los Estados Unidos a principios de los ochenta se tituló, precisamente, “Una nación en peligro”.


Por otra parte, agentes internacionales como la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) han efectuado, en los últimos años, grandes esfuerzos orientados a la definición de sistemas de indicadores internacionales de la educación; con el convencimiento de contribuir así, a mejorar el conocimiento que los políticos y administradores de la educación tienen de sus propios sistemas con respecto a otros que pueden tomar como comparables y, por consiguiente, como referentes.


La diversidad y multiplicidad de experiencias sobre evaluación son una constante, desde los años ochenta en América Latina. En México, como en otros países, el sistema educativo es de los espacios públicos, quizá el mayor de todos. En él se da una participación organizada de millones de mexicanos; además, se trata de la actividad que tiene mayor presupuesto del gobierno federal y de muchos gobiernos locales. No obstante, la rendición de cuentas en el ámbito educativo, aun se considera, ha sido insuficiente conforme a los parámetros internacionales del mundo desarrollado.


Cada uno de los secretarios de Educación comparecen ante el congreso federal o de los estados, según corresponde, después del informe que rinden o entregan anualmente los titulares del Poder Ejecutivo y en una sesión, en ocasiones maratónica, se da una confrontación entre éstos y los legisladores respectivos. Aunado a esto, internamente rinden cuentas de sus finanzas, como todas las dependencias gubernamentales, a las instancias de Contraloría para la supervisión interna del manejo de sus recursos. Hay, además, una cadena operativa descendente de mecanismos de vigilancia gubernamental que van desde la Secretaria de Educación Pública (SEP) hasta el centro educativo más alejado del país.


La otra parte de la rendición de cuentas tiene que ver con las evaluaciones del sistema educativo, con sus resultados. Esta se refiere a los insumos, recursos, actores del proceso educativo y, de los planes y programas. Mucho se ha hablado sobre la baja calidad de nuestra educación básica y de los graves problemas en la educación de tipo medio y superior. En los últimos años se han hecho diversos diagnósticos y evaluaciones del sistema educativo nacional, como el efectuado por la Fundación “Nexos” a principio de los años noventa sobre la educación básica, y que la revista del mismo nombre dio a conocer como "México, un país de reprobados".


La Secretaria de Educación Pública ha venido construyendo un sistema nacional de evaluación y para ello ha aplicado diversas pruebas a los alumnos; también ha propiciado la participación de México en evaluaciones internacionrales. 

Actualmente ya podemos contar con algunos referentes importantes resultados de estas evaluaciones. Parece que la cultura tradicionalmente triunfalista del sistema político empieza ha permitir reconocer las deficiencias de nuestro Sistema Educativo.


El crecimiento geométrico de las demandas de la población por un lado y el crecimiento aritmético de los ingresos tributarios plantean al gobernante dos interrogantes a resolver: ¿Cuáles son las necesidades que el gobierno debe atender? y ¿En qué proporción deben asignarse los recursos públicos?


Diversos son los discursos que desde el plano teórico se han vertido para responder a estos cuestionamientos y, van desde los que defienden el modelo del Estado Administrativo con su estrategia benefactora, para el cual no se vislumbra retorno alguno y que dejó su lugar al Estado Gerencial, hasta los actuales postulados del Estado Cívico que emerge en los paradigmas de las ciencias sociales.


La administración pública en el nuevo milenio encara un destino cuyas grandes líneas proyectan principalmente un horizonte en el cual el desarrollo de la civilidad es lo principal. Es clara, entonces, la obligación del gobernante de aplicar los fondos públicos con responsabilidad. Así como, informar y demostrar que así lo hizo. Por lo tanto los asuntos públicos deben conducirse de tal forma que se haga la mejor aplicación posible de los fondos públicos. 

Consecuentemente los funcionarios responsables deben asegurar que sus decisiones en la aplicación de los fondos públicos se apeguen a la ley y a la ética teniendo como resultante, unos servicios públicos económicos, eficientes y efectivos.


En otras palabras, el funcionario de gobierno del sector educativo, así como en todos los ámbitos gubernamentales, deben asegurar básicamente tres aspectos en su desempeño:


Primero: que los bienes y servicios que se adquieran o sean prestados satisfagan la calidad apropiada, la cantidad necesaria, estén disponibles con la oportunidad requerida y al mejor precio.


Segundo: que los recursos humanos, materiales y financieros a su cargo sean utilizados de la forma más productiva posible.


Tercero: que los programas en los que se aplican los recursos logren los objetivos que se pretenden.


En el contexto del sector educativo es necesario, de existir verdaderamente el interés político para alcanzar la situación deseable, que se establezcan mecanismos para evaluar de manera regular o permanentemente el grado y forma de cumplimiento del sector con relación a su objetivo social.


Esto implica que al margen de evaluar la efectividad y pertinencia de los programas y proyectos del sector, se evalúe el grado de eficacia, eficiencia y economía con que los recursos humanos, materiales y financieros son administrados; evaluar el grado y forma en que la administración de cada entidad del sector esta cumpliendo con la responsabilidad de informar sobre el resultado de la gestión conferida y; evaluar el grado de cumplimiento con las disposiciones legales y reglamentarias aplicables a cada entidad y al sector. El resultado de esta evaluación debe de servirnos para actuar en consecuencia, orientando los esfuerzos de todos los actores sociales de la educación, en la búsqueda por alcanzar nuestra visión de futuro.


El Estado Cívico entraña una Educación donde la ética, equidad y justicia prevalecen, donde el ser humano es el motivo y razón del gobierno, y donde la cultura es juzgada junto con el derecho como temas centrales de la agenda del desarrollo del ser humano.


Concluyo con el pensamiento de Dimok Marshall, que a propósito de la administración pública nos dice:


“....administrar no es cosa de oprimir un botón, tirar una palanca, dar órdenes, estudiar estados de pérdidas y ganancias, promulgar leyes y reglamentos. Administrar es más bien tener la facultad de determinar lo que vaya a ocurrir con las personas y la felicidad de los pueblos enteros, el poder dar forma al destino de una nación y al de todas las naciones que forman el mundo. La labor ejecutiva, por lo tanto, es tarea de hombres de Estado y las técnicas que el funcionario emplea son solo consecuencia de las fuerzas que pone en movimiento y que ayuda a dirigir.”[1]




[1] Marshall, Dimok. Principios y normas de administración (Philosiphy of Administration), Libreros Mexicanos Unidos, México,1965 (1958), p. 163.


RCL2009.